domingo, 29 de mayo de 2016

Casemiro, el "héroe oculto" de la undécima.


Ha tardado menos de lo previsto, si tenemos en cuenta la inagotable carrera de doce años persiguiendo la Décima, pero una vez más, y ya van once, cosa seria, el Real Madrid es campeón de Europa. París (la Primera), Madrid (la Segunda), Bruselas (la Tercera), Stuttgart (la Cuarta), Glasgow (la Quinta), de nuevo Bruselas (la Sexta), Amsterdam (la Séptima), otra vez París (la Octava), Glasgow también repitió (la Novena), Lisboa (la tan deseada Décima), y desde ayer, 28 de mayo de 2016, Milán entra de lleno en el memorable listado de ciudades eternas y sagrada para el madridismo. La Undécima llegó en la capital lombarda, una vez más ante el vecino enemigo. Dos Champions conquistadas ante el Atlético en solo tres años. Honor y gloria a tan tremenda hazaña.

Las caras de los jugadores del Real Madrid cuando se bajaban del autobús que le transportaba del hotel al estadio eran caras de campeones. Es algo que se transmite de generación en generación. Puede que no la haya jugado ni una sola vez, como le ocurría a Casemiro anoche en San Siro, pero eso da igual. La camiseta blanca ejerce un poder tan intimidatorio contra el rival que hay enfrente, que el brasileño, el único titular debutante en una final continental, parecía que llevaba cuatro finales de Champions a sus espaldas. El pivote blanco confirmó en San Siro que es el eje fundamental, la pieza sobre la cual gira todo un Madrid, es con mucho uno de los héroes, junto a Ramos, de la Undécima. Casemiro sostuvo al equipo en Milán hasta la extenuación. Robó más balones que nadie y confirmó su papel fundamental en un equipo que tardó en apreciarle. Vaya crack en el que se ha convertido el canterano. 

Hace doce años, cuando aquella volea fabulosa de Zidane otorgó la "Novena" a su equipo, a su espalda jugaba un centrocampista muy físico que también cubría su retaguardia en la selección francesa. Se llamaba Claude Makelele y dejó tal huella en sólo tres años como merengue que su apellido se convirtió en una categoría de producto: desde entonces se dice "necesitamos un Makelele" cuando el equipo se superpuebla de mediapuntas y precisa de un mediocentro defensivo para equilibrarse y permitir el alegre juego de los creativos. Y ahora el Real Madrid ha encontrado en Casemiro, ese "Nuevo Makelele".

Fichado por José Mourinho el último día del mercado de fichajes invernal de 2013, el brasileño generó dudas desde el comienzo: se le veía como el prototipo de mediocentro trotón y disciplinado, uno de esos futbolistas con perfil secundario que ha proliferado en el fútbol brasileño desde la época de Mauro Silva (sin alcanzar nunca el nivel extraordinario del ex futbolista del Deportivo y campeón del mundo).

Casemiro migró a Oporto un año después para curtirse y regresó a Concha Espina cuando llegó Benítez, el entrenador "defensivo": una vuelta que muchos madridistas interpretaron como un presagio preocupante de fútbol poco vistoso, sin jamás imaginar que serían la garra y el repliegue las virtudes que conducirían a otro entorchado europeo. En la rueda de prensa anterior a la final, Simeone mencionó a Casemiro seis veces; sus palabras terminarían siendo proféticas. El sabio Modric, ya hace tiempo, dijo que era un futbolista "ejemplo para todos nosotros".


El partido de Casemiro en Milán fue una coronación de su temporada: recuperó más balones que nadie (15) y supo resguardarse en todo momento del riesgo de la expulsión. Jamás perdió el sitio frente a una línea medular atlética más poblada; fue el mejor hombre sobre el campo, con permiso de Gabi y la primera parte de Bale.

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